Sunday, May 27, 2012

Mi encuentro con Cicerón.

A pesar de estar usando todo mi arsenal clínico, yo no le lograba ver lo loco a Cicerón. Hablaba articuladamente y todas las propuestas que me hacía mientras lo seguía por los diferentes corredores del Hospital Psiquiátrico San Juan de Dios de Manizales eran completamente razonables.

Yo lo conocía hace apenas unos 15 minutos, pero el me conocía desde hacía mucho tiempo. Eso era obvio por la forma en que me saludó cuando me bajé del carro. La vida por alguna razón quiso que la mayoría de mis amigos médicos compañeros de carrera terminaran siendo Cirujanos Plásticos o Psiquiatras. Por ello, no era extraño para mi visitar los pabellones psiquiátricos de Manizales.

Ese día en particular iba buscando a Cuéllar, que trabajaba allí en las tardes. No era inusual ver a los pacientes deambulando por todas las áreas de la clínica, incluyendo las áreas públicas. Siendo una clínica donde se trataban casos crónicos, muchos pacientes ya eran asiduos visitantes o incluso vivían más tiempo allí que en sus propias casas. Así que al llegar a la clínica y dejar el auto en el parqueadero se encontraba uno con varios pacientes que se acercaban a saludar muy amablemente.

Ese día apenas me bajé del auto y me dirigía a la entrada principal se me acercó este negro inmenso, más o menos 1.80 metros de estatura, con una gordura evidente y con cicatrices en los pómulos y las cejas. Unos 35 años de edad. Caminaba lentamente hacia mí y tenía la vestimenta de cualquier otro paciente que uno se puede encontrar en una clínica psiquiátrica: un blue jean que probablemente no lavaba hace semanas y una camisa de manga corta dejaba ver parte de su protuberante abdomen negro por su parte inferior.

- Quiubo Doctor!!! Me saludó. No sonreía y ciertamente su aspecto era medio amenazante.

Todos tenemos tendencia a tenerle miedo a los locos. Especialmente los que pueden estar agudamente descompensados de su enfermedad mental pueden ser agresivos, como mi compañera de colegio Elsa Carvajal puede atestiguar cuando un loco le pegó en la espalda en una visita que hicimos a la misma clínica. El loco acusaba a Elsa de robarle "la cachuca" (o sea, una cachucha). Por un tiempo Elsa tuvo como apodo "la cachuca" en el salón. Ella respondía sólo con mala cara y pellizcos de esos "arranca-pedazos".

 - Quiubo Doctor!!!

- Quiubo hombre, como estás - le habré dicho. Uno los saluda, les sigue la corriente. En Colombia existe el dicho de que "Doctor es cualquier hijueputa" pero en este caso el tipo auténticamente me reconoció. Yo no lo había visto antes pero era perfectamente posible que me hubiese reconocido en una de mis tantas visitas al pabellón psiquiátrico del Hospital de Caldas.

- Que hace usted por acá Doctor.

-Vengo buscando al Doctor Cuéllar.

- "Yo sé donde está", me dijo.  "Está arriba en el segundo piso en la sala de la mesa de pin-pón (tenis de mesa) con un paciente".  Si quiere lo llevo hasta allá, doctor.

Mi primer instinto me dijo que mejor siguiera como siempre hacia la recepción y preguntara por él, pero no quise hacerle el desplante, así que dubitativamente acepté. Lo seguí por varios recovecos mientras  no le quitaba la mirada de encima, y entre tanto yo me recriminaba: "soy el único huevón que se pone a hacerle caso un loco y me voy a andar un hospital detrás de él" pensé.

- Oigame, y ud como se llama, le pregunté, mientras mentalmente me decía "es que ni mesa de pin-pón deben tener en este HP hospital".

- "Cicerón", me dijo.  Algún otro par de preguntas me contestó de manera bastante lúcida.

Llegamos a un área del segundo piso donde efectivamente había una mesa de pin-pón. Había dos pacientes jugando. "Muchachos que se hizo el Doctor Cuéllar" les preguntó Cicerón y uno de ellos contestó que se acababa de ir para el pabellón de agudos. "ah, que embarrada. OK doctor venga lo llevo hasta allá". Yo ya estaba tranquilo: el tipo contestaba adecuadamente las preguntas, la mesa de pin-pón si existía y había testigos de que mi amigo había estado allí donde él dijo hasta hace poco, así que le dije "vamos!".

- Cicerón, y esas cicatrices en la cara de que son? - Le pregunté mientras caminábamos. " Cuando era joven practiqué el boxeo" - me dijo, "pero no era muy bueno y esas marcas me quedaron de esas madereadas que me metían".

Seguimos conversando y yo lo veía cada vez menos loco. De hecho no le notaba lo loco por ninguna parte.  Llegamos a agudos. Cuéllar no estaba tampoco allí, pero al preguntarle a alguien que hacía limpieza nos dijo que acababa de dejar el pabellón, pero ni idea hacia donde.

- "Bueno Cicerón, ahora que hacemos"?  le dije, ya confiado pero a la vez evaluándolo a ver que me decía.

- Pues doctor, lo mejor que podemos hacer es ir hasta la entrada y llamar al Dr Cuéllar por el alto parlante para que sepa que usted está acá buscándolo".

Ni a mi se me había ocurrido. "Bueno, lléveme hasta allá", le dije, y emprendimos camino. En 3 minutos estábamos llegando. Cicerón se acercó a la cabina donde estaba la ventana para la recepción y le dijo a la niña que si por favor llamaba por alto parlante al Dr Cuéllar que "acá el Doctor lo esta esperando".

"Yo no sé este man que hace acá" pensaba yo;  Tengo que decirle a Cuéllar lo bien que está Cicerón".

Mientras llamaban a Cuéllar por el alto parlante, Cicerón regresó a donde yo estaba.

"Oiga Cicerón" - le dije- usted de donde se acuerda de mi?

- Del Once Caldas, Doctor.

Efectivamente, pensé. Mi papá fué de la Junta Directiva del Once Caldas y fueron muchas las reuniones, asados y concentraciones a las que El me llevó hasta que tuve unos 14 o 15 años. Me pareció increíble que se acordara de mi de hace tanto tiempo, y rápidamente hice un recuento mental de las alineaciones del Caldas de todos esos años a ver si había algún Cicerón por ahí.

- Del Once Caldas? - pregunté.

- Claro doctor: usted era el arquero y yo el delantero.